jueves, 7 de julio de 2011

# 5 : Galope.

Galopando por las frías calles
Que de odio llenan los bares de esta ciudad fantasma
Con el filo del acero sobre la sien
grabando mi adiós en un verso del alma

Ya no busco soles a los que ofrecer flores
ya conozco eso
Yo es que voy tras el aliento de la sangre que corra por mis venas
para poder encontrarte en este mar de arena
Y deshacerme de las putas penas
Perderlas al fin en un barrizal

El camino está lleno de cristales rotos
El viento me seca los ojos
Pero en algún momento pararé
Seré feliz
Rumiando en algún prado que de mis sueños se haya adueñado
Besaré tu piel como si fuesen ascuas
Del fuego que arde nuevamente en mí
Que tú y yo, que juntos somos todo
Los reyes de este lodo.

Con las heridas
De todos nuestros sueños ajustando bridas
Te encuentro frágil entre los grises prados
Que alguna vez ardieron sin compasión

Te doy la mano,
pero ya estás corriendo como un gamo
Para perderte sin atar ni un cabo
Dejando fuego en nuestro candil.


Y yo te sigo
Para nunca perderte
La pista, dejando marcas de sangre bajo nuestros pies
Alcanzaremos el alba.

martes, 5 de julio de 2011

# 4 : Fiebre, luces y ecos.

            Dijo que podía recordar los momentos más bonitos aquella noche. Que bajo ese cielo las estrellas no le guardaban secretos, que ya había vivido y vencido a la fiebre del saber. Dijo que aquella noche no había nadie más que ella y que yo, y le creí. Después de todo, ¿cómo no creerle cuando toda ella me incitaba a creer?
            La terraza estaba alta, tanto que la ciudad abajo sólo eran pequeñas luces que se movían al azar mientras el eco de sus motores y quejidos apenas se atrevía a subir más allá de ciertas alturas. El viento acallaba mis pensamientos, y me empujaba a desconectar. Ella hablaba y hablaba, y mi mente dibujaba con fuego todas sus palabras, como si fuesen pequeños mantras que traían verdades al mundo. Hablaba de cómo el mundo está podrido, de que la gente no merece confianza, de que la vida sólo tenía sufrimiento para el hombre. Hablaba con aplomo, mientras se asomaba al vacío y suspendía la copa sobre el mundo reducido a luces y ecos. Hablaba con pasión, y yo le creía. Tras temporadas sin hablar, su voz fluía con esa tranquilidad que sólo dan miles de horas muertas pensando qué decir. La manera en que decía lo que pensaba era hipnotizante, como si una mano desconocida dibujara los contornos del mundo a mano alzada y con los ojos cerrados. Y yo ahí.
            Dijo, dije, dijiste, y la noche pasaba alrededor de aquella terraza, pero no en nosotros. Le puse otra copa y se la llevé fuera, pero no estaba asomada. Se había subido al borde de la terraza, y caminaba descalza con los brazos abiertos y los ojos cerrados. El vestido se le inflaba con la brisa, y la música de fondo acallaba todo lo demás. Estaba completamente concentrada, y sus pasos eran seguros y continuos.
           
            Tras un momento caminando, paró, se volvió y se bajó de la saliente. Me miró con lágrimas en los ojos, y dijo algo que nunca olvidaré:

            “¿Sabes, J? La gente da asco. Da asco la manera en que su egoísmo domina todas sus acciones, la superficialidad manda sobre todos sus campos. La gente está ciega a lo que de verdad importa, viven obsesionados por ellos mismos. La empatía es un bien escaso. Y yo lo siento por ellos. Siento que su error condene a millones de almas que sólo quieren un poco de felicidad genuina en sus vidas, siento que el error se propague mucho más rápido que el acierto. Lo siento mucho, tanto que ya he decidido dejar que cada ser cargue con su propio peso. He aceptado que la humanidad está enferma, y que el mundo no es la fantasía feliz que nos prometían en el colegio. He aceptado todo eso y más, y he decidido que la vida no es un campo de rosas. Pero no quiero irme de ella, J. Quiero quedarme, por eso he decidido seguir adelante, aguantar con estoicismo los golpes del futuro mientras intento curarme a lametones las heridas del pasado. No sé qué pasará, pero estoy convencida de mi decisión. Puede que la gente no valga la pena, pero yo sé que algo habrá que lo haga, y lo voy a encontrar.”

***

            La mañana asomaba por la lejanía, y los primeros rayos del sol iluminaron su cara, tumbada bajo mi chaqueta en el sofá. Mientras me disponía a salir, con sigilo me acerqué y besé su frente. Cuando aparté la cara para irme, escuché su voz:

            “No te vayas, J. No después de que te haya contado mis intenciones futuras. Hoy quédate aquí conmigo, que todavía hay mucho que quiero decirte, pero ahora túmbate conmigo y duerme, que aún nos queda vida para hablar.”

miércoles, 29 de junio de 2011

# 3: Manifiesto.

            Hace ya unos años tuve un encuentro conmigo mismo, uno de esos días en los que uno se habla sin tapujos, sin ocultarse nada, una de esas noches sin tranquilidad en las que nos ponemos a navegar dentro de nuestra mente, y nos llegamos a conocer verdaderamente. Por aquél entonces yo era una persona diferente, un niño que abría su corazón al mundo pero encontraba que mucha gente no quiere más que una coraza sobre la que depositar peso. Escribía más que ahora, es verdad, y era una persona más intelectual en general de lo que soy ahora. Pero creo que vuelve a ser hora de hablarme sin tapujos, más que nada para ver qué tal me ha ido este tiempo.
            La última vez que hablamos yo y yo, llegué a la conclusión de que mi vida no era cómo quería: tenía mucha gente que se hacía llamar mi amiga (gente entre la que sí que había amigos verdaderos, pero no eran ni mucho menos todos), me sentía falsamente orgulloso de lo que escribía y solía ahogar muchas decepciones en alcohol. Era una persona algo descontrolada, autodestructiva. Pasaba muchas noches en vela y muchos días en stand-by. Necesitaba cambiar, antes de lamentar seriamente los excesos. Quería cambiar, y sabía que para estas cosas no se puede contar con nadie. Así que decidí apagar todo, bajarme de ese tren y tomar el siguiente, dejar que las posibilidades que me ofrecía esa vida se esfumaran de a poco. Dejé de lado a las mujeres por las que mil veces suspiré, las decepciones que tanta rabia me habían provocado y las dudas que me tenían sin dormir muchas noches. Dejé de escribir también, y borré el punto que usaba para compartir mis pensamientos con los demás. Cerré a cal y canto, y me senté en la nada, rodeado de las paredes desnudas de mi vida, y hablé con el vacío.
            Tras una temporada intensa de conversación, decidí que desde aquél momento no sería nunca más el mismo. Decidí que iba a ser más introvertido con lo que pensaba y sentía, y más descarado con la gente. Decidí que el mundo iba a ser mi patio de juegos, y que tener miedo era inútil. Perdí la vergüenza y perdí la inseguridad, y quedé desnudo de condicionantes.

            La vida entonces pasó a ser un mundo nuevo, lleno de cosas que enseñarme. Me sentía libre, lleno de poder. Parecía como si el mundo entero estuviese a mis pies, deseoso de que hiciera lo que me apeteciera. Empecé a hacer nuevas amistades, a perderme en mujeres nuevas, a saber qué gusto tiene la libertad. Cambié mucho, y para bien.
            Y hoy estoy de nuevo hablando hacia mis adentros, regocijándome en las cosas buenas que la vida me ha brindado esta temporada. Pero sé que no es el final, sé que hay muchas cosas que necesito cambiar. Primero fue perder el miedo, ahora tengo que aprender a infundirlo, a evitar que lo ajeno a quien soy hoy me afecte. Queda mucho camino por andar, muchas cosas por decir. Sé que todavía no está todo hecho, que aún tengo cosas que cambiar, pero también sé que puedo hacerlo, y, más importante, que tengo las herramientas y la compañía necesaria para conseguirlo. Hoy me encuentra otro punto de inflexión en mi vida, pero esta vez le devuelvo la mirada sin miedo. Hoy me agarra el destino con los puños cerrados, los ojos abiertos y la mente puesta en volver a tumbarlo.
            Adelante, que llevo una vida esperándote.

martes, 28 de junio de 2011

# 2: Uno de esos días.

Parecías ausente esa tarde, mientras mirabas fijamente al vacío, como si buscaras en él todas las respuestas que te faltaban. Yo te miraba desde mi café, pensando qué palabra era la indicada, qué decir para traerte de nuevo conmigo, pero ninguna palabra era lo suficientemente buena para decirla en ese momento, así que sólo te miraba, a la espera de que dijeras algo que me permitiera desenmarañar todo lo que flotaba a nuestro alrededor, cualquier cosa que permitiera aclarar las tinieblas. Pero vos callabas y seguías mirando la nada con un gesto serio.
            Mientras te miraba, noté cómo mi concentración hacía que los ruidos de nuestro alrededor fueran acallándose lentamente, hasta que sólo quedaba el sonido lento y pausado de nuestras respiraciones. Noté el movimiento pesado de aire por mis pulmones con la misma intensidad que el fluir de oxígeno por los tuyos. Era una sensación calmada, como de paz interior. Mientras me acunaba con las respiraciones, creí oir un ruido. Acerqué la oreja, y lo oí de nuevo: era como un mantra que se repetía una y otra vez, y salía de tu pecho. Tras un primer momento de confusión, se hizo claro: era tu voz, que una y otra vez repetía distintas experiencias que te habían marcado a lo largo de los años. Me acerqué a vos para oir mejor, y escuché con atención. De tu pecho salían millones de preguntas y miedos hacia fuera, donde se mezclaban con el viento y desaparecían entre el murmullo del lugar. Eran confesiones tristes, interrogantes hirientes que mostraban inseguridades y miedos. Entendí entonces que hay sensaciones que no se pueden expresar con palabras, y consuelos que no pueden decirse; supe que si prestaba la suficiente atención el mundo se mostraba tal y como es, con sus virtudes y maldades, sin ningún disfraz ni careta, sin malas intenciones ni buenos propósitos. Te miré fijamente, y vi en tus ojos lo mismo que estaba pensando. Estábamos conectados a un nivel nuevo para mí, pero conocido para vos: ya no éramos más dos extraños, sino que nos convertimos en libros abiertos el uno para el otro. Supe que el silencio podía ser un poderoso aliado cuando el mundo es oscuro, y supe que vos estabas en ese silencio.
            No podía apartar la mirada de vos, y vos me aguantabas el envite sabiendo que había encontrado el secreto que tanto guardabas a la espera de que alguien lo encontrara. Tus ojos ardían en llamas de los millones de pensamientos, y con letras de fuego tu piel me enseñó que no estábamos solos, que siempre nos encontraríamos a tientas por el silencio. Me sonreí, y vi que vos también. Y es que hay días en que el mejor consuelo es no decir nada, y dejar que nuestros silencios se entiendan.

lunes, 27 de junio de 2011

# 1: Bocados de Locura

     Los músculos se tensan con la espera. Los minutos pierden forma y se convierten en horas y segundos sin orden ni concierto. El aire parece volverse extremadamente fino, como si escaseara. El corazón desbocado campa a sus anchas llenando todos los rincones de la habitación en los que descansan los recuerdos. La mente es un lienzo en el que aparecen y desaparecen millones de escenas que nacen de las penas y descansan en tus venas al calor de saberse ocultas dentro de tu oscuridad. La confusión se hace visible, te rodea y te abrasa como un millón de soles.
     De repente, el silencio. La claridad repentina que sólo puede traer el descubrimiento de la piel escondida, la aparición de la carne fresca que no tarda en encender con sangre tus ojos, agudizando los sentidos y dando rienda suelta a los latidos de tu alma mestiza. Los dedos, temblorosos, acarician la piel suave del desenfreno, el descarrilado tren de las pasiones ahogadas y los sueños febriles. Saben qué quieren, y pronto lo dejan ver, entrelazándose y desdibujándose en mil figuras de aire que adornan al cuerpo tumbado ante tus ojos, mientras los tímidos gemidos nublan tu visión.
     Y ahí te encuentra la tranquilidad, envuelto en los adictivos bocados de locura que dejarán imborrables cicatrices en todo tu cuerpo. Ahí te encuentra la calma, que llega como agua de mayo tras el torbellino de momentos que se esfuma como la polvareda que levantan tus pasos sobre el camino que acabas de transitar. Ahí te encuentras, y mientra las eternas despedidas del momento que acaba de irse te laceran las carnes, sólo puedes sonreir y despedirte con un esperanzado "hasta luego".

domingo, 26 de junio de 2011

Bienvenida

     Se abre el telón.
     Oscuridad. Una tenue iluminación enfoca a un ridículo hombrecillo que se acerca al centro con un taburete entre las manos mientras el silencio es el único acompañamiento al tímido zapateo de sus pequeños pies embutidos en zapatos de charol lustrados. El individuo llega al centro del escenario y coloca la banqueta. Se sube, se coloca la chaqueta roja de terciopelo resplandeciente, se aclara la garganta, y se queda quieto mirando al vacío:

    "¡Señoras y señores!¡Niños y niñas! ¡Bienvenidos, una vez más, al gran circo de las ilusiones, al gran vodevil de los sentimientos! ¡Bienvenidos a la risa, al delirio! Vean cómo los elefantes de la farsa bailan sobre enormes bolas de sueño; disfruten con el ilusionismo de la desesperación y del mago del desengaño, sorpréndanse con los horrores de tierras lejanas y las curiosidades de otros tiempos. Pasen, amigos, acomódense, que el show va a comenzar"

     Con la respiración un poco entrecortada, el hombrecillo se baja del taburete, y mientras se aleja, deja tras de sí un auditorio entero lleno de nada, de asientos vacíos y pasillos despejados. La soledad como único espectador, el silencio como única ovación. Mientras se aleja, el sonido de sus pasos es la música que acompasa el momento. Bienvenidos, damas y caballeros, al circo de la realidad.